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Junto con la actividad pesquera propiamente tal, hay que considerar las alteraciones que se producen en el ecosistema marino. Es cada vez más frecuente encontrar información sobre el deterioro de playas y zonas costeras, y los accidentes de derrames petroleros acaparan los titulares de la prensa. Sin embargo, hay otras formas de degradación del medio marino, más difíciles de percibir, formas insidiosas inherentes a patrones tecnológicos de producción, tanto industrial como agrícola, estilos de vida y patrones de consumo de la sociedad. El deterioro de los océanos conlleva el del hábitat natural de los recursos vivos del mar, con lo cual la sobrevivencia de éstos puede verse afectada, o los hará migrar.
La contaminación atmosférica se deposita en los océanos y a ella se añade la de las aguas continentales, originada por el uso de agroquímicos en el sector agrícola --contaminación difusa-- y por el arrastre de sedimentos, el vertido directo en el mar, de las aglomeraciones urbanas e industriales costeras. Es así como la industria, la agricultura y las aglomeraciones urbanas imponen externalidades negativas a los pescadores, ya que el uso que hacen de los servicios de los océanos afecta negativamente los recursos biológicos marinos, reduciendo el volumen de capturas y/o incrementando el costo de las mismas. Lo que no se percibe es que también se imponen a sí mismos una externalidad negativa, ya que la oferta de recursos del mar disminuye, sus precios aumentan y con ello disminuye el bienestar de todos.
En síntesis, la gestión y el uso sostenible de los ecosistemas marinos tienen que enfrentar simultáneamente los problemas de contaminación y los de sobreexplotación de recursos. Si bien, estos fenómenos también se dan en ecosistemas terrestres, su complejidad es mayor en el caso marino. Por un lado, los mayores impactos sobre el ecosistema marino provienen de aglomeraciones urbanas e industriales; más de 60% de la población mundial ocupa una franja costera de menos de 60 km, porcentaje que aumenta con la expansión poblacional y su tendencia a concentrarse en el litoral. Esa población se siente totalmente ajena a la gestión de los recursos de los océanos.
El escaso o nulo tratamiento de aguas residuales urbanas, examinado en capítulos anteriores, es una causa de contaminación marina en toda Latinoamérica. Así, se encuentran bahías de la región fuertemente contaminadas por estas descargas, como en el caso de la bahía de La Habana (Cuba), las playas del norte de Caracas (Venezuela), la Bahía de Kingston (Jamaica), Cartagena y Barranquilla (Colombia).
La otra causa importante de contaminación marina frecuente en Latinoamérica resulta de la descarga de los ríos. En este caso la contaminación puede deberse principalmente a dos causas: sedimentación y elevado contenido de elementos químicos. El primer tipo lo causan aquellos ríos que atraviesan zonas que sufren fuertes procesos de erosión de suelos o fuertes procesos de deforestación (por ejemplo, el Cauca en Colombia). La sedimentación asfixia la vegetación del fondo marino, por lo tanto causa pérdidas importantes de flora y fauna, así como de arrecifes coralinos. La sedimentación también obstruye o altera las corrientes marinas.
El segundo tipo de contaminación lo traen los ríos que atraviesan zonas agrícolas, en las cuales se utilizan abundantes fertilizantes nitrogenados y pesticidas. Los fertilizantes causan fenómenos de crecimiento explosivo de algas que llevan a situaciones de eutroficación, particularmente en bahías relativamente cerradas. A su vez, los pesticidas se acumulan, son absorbidos por la fauna piscícola y sus efectos nocivos y tóxicos magnificados a lo largo de la escala trófica. En el Golfo de México se ha constatado la presencia de DDT y DDE en los tejidos de peces como el mero.1
La contaminación marina en el Caribe es particularmente seria, ahí se constatan elevados porcentajes de petróleo y las playas están frecuentemente contaminadas con alquitrán, afectando las zonas de recreo de islas como Curaçao, y Grand Cayman.
Un caso especial de contaminación marina en el Caribe está asociado a la descarga de los barros rojos provenientes de la explotación de bauxita. Los barros rojos son fuertemente alcalinos y contienen elementos tóxicos.
Es común considerar la sobreexplotación de los recursos naturales desde una perspectiva común para todos los ecosistemas. Sin embargo, la sobrepesca tiene características diferentes al sobrepastoreo: la tierra es fija mientras que los recursos biológicos del mar son móviles, migratorios; la tierra puede ser objeto de propiedad privada, los peces no, son bienes libres. En este contexto ningún pescador individual tiene incentivos para adquirir información y conocimientos sobre las implicaciones ecológicas y económicas que derivan de la captura que cada uno de ellos hace de recursos a los cuales el acceso es libre. No es de extrañar entonces, que 69% de las reservas ictiológicas estén siendo completamente explotadas, 63.4% lo sean intensamente, 23.2% están sobreexplotadas y 8.7% agotadas, mientras que 4.3% muestra indicios de lenta recuperación de la sobrepesca sufrida.
A medida que una reserva disminuye, el costo unitario de captura aumenta. Los pescadores deben moverse a lugares más distantes, contentarse con menores volúmenes de capturas por unidad de esfuerzo, etc. La creciente escasez hace aumentar los precios al consumidor, precios altos atraen nuevos competidores que vislumbran beneficios económicos potenciales.
Económica y socialmente este hecho tiene aspectos distributivos adicionales de corto y largo plazo, como los que resultan de la «invasión» por flotas pesqueras modernas, en zonas pesqueras «tradicionales» en las cuales, comunidades locales tenían «derechos históricos» de pesca. A corto plazo las grandes pesquerías van a operar con costos decrecientes y relativamente bajos, con lo que nuevos competidores son atraídos iniciándose un proceso de sobrepesca. En el ínterin, tanto los pescadores tradicionales, incapaces de competir con la flota pesquera moderna, son desplazados y empobrecidos por falta de capturas. A largo plazo el banco tenderá a agotarse, la flota buscará otros caladeros. La situación habrá empeorado para todos.
El patrón tecnológico vigente acentúa el efecto negativo de las externalidades generadas, tanto en sus dimensiones económicas como ecológicas. Las artes de pesca, sobre todo aquéllas en gran escala o industriales, no separan las especies deseadas de las no deseadas, de manera que cada captura objetivo es acompañada de la captura adicional de especies no objetivo, agravando los efectos de la sobrepesca, ya que ésta, eufemísticamente denominada «pesca o captura incidental», «fauna de acompañamiento», o «descarte», incluye especies de diferentes niveles tróficos El ser humano compite con diversas especies marinas sin obtener de ello ningún provecho, sino todo lo contrario, ya que reduce las disponibilidades alimentarias para las especies apreciadas y contribuye así a su reducción. Es ésta una externalidad negativa escasamente examinada.
Si bien es cierto que la tecnología disponible hace difícil, si no imposible, la pesca selectiva, no es menos cierto que la «racionalidad» económica tradicional, que considera los recursos del mar como libres o públicos, no ofrece incentivos para reducir la captura incidental.
Algunos autores estiman que las diferentes especies de peces podrían responder en diferente medida a los objetivos del análisis económico. Por ejemplo, se argumenta que sería posible asignar derechos de propiedad a las especies demersales, debido a su localización más estable en zonas perfectamente identificadas y con escasa migración. En cambio, plantearse la posibilidad de asignar derechos de propiedad a las especies pelágicas es prácticamente imposible, debido a su gran movilidad y carácter migratorio (anchoveta, sardina, atún, etcétera).
El estudio y la gestión sostenible de los recursos del mar debe examinar, en su mutua interacción, una serie de fenómenos dinámicos y actividades económicas: debe vincular la función de reproducción biológica de la(s) especie(s), con las características y los cambios del hábitat, determinar la tasa de captura máxima sostenible, lo que varía para diferentes especies; además hay que relacionar los atributos naturales con aspectos económicos tales como: tamaño, tipos de barcos y aparejos pesqueros, tecnologías disponibles, estructuras de mercados, empleo, inversiones, normativa internacional, etc. Y lo anterior expuesto, además, a la imprevisibilidad de los cambios del ambiente natural ocasionados ya sea por fenómenos naturales (por ejemplo, la corriente del Niño), como de origen antrópico.
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